El rascacielos “Walkie Talkie” de Londres prometía innovación arquitectónica, pero su fachada curva se convirtió en una lupa gigante que derretía autos estacionados cerca. Lo que inició como un audaz diseño terminó en burla internacional y costosas reparaciones, dejando un recordatorio imborrable de que a veces la estética necesita supervisión técnica.
Imagínate diseñar un rascacielos moderno, elegante y con vistas espectaculares a toda la ciudad de Londres, y descubrir poco después que tu creación literalmente derrite automóviles. Suena como un guion exagerado de una película cómica, pero pasó de verdad. Hoy te cuento la peculiar historia del edificio conocido como “Walkie Talkie”, uno de los errores arquitectónicos más inusuales y famosos de los últimos tiempos.
En 2009, comenzó la construcción del edificio 20 Fenchurch Street, mejor conocido como “Walkie Talkie” por su peculiar forma curva, ensanchándose en la parte superior como una radio portátil. Con 160 metros de altura y 37 pisos, el diseño buscaba romper el esquema típico de los rascacielos rectos y aburridos, apostando por algo novedoso y audaz. ¿El objetivo? Ofrecer vistas espectaculares desde la cima y aprovechar mejor el espacio interno.
Pero, como pronto descubrirían sus creadores, a veces la innovación tiene efectos inesperados.
Todo parecía ir perfectamente hasta septiembre de 2013, cuando ocurrió algo completamente insólito. Martin Lindsay, dueño de un elegante Jaguar, estacionó su auto frente al nuevo edificio y al regresar, lo encontró parcialmente derretido. Sí, tal como lo lees: la pintura y partes plásticas de su coche se habían fundido bajo el intenso calor reflejado por las ventanas curvas del rascacielos.
Rápidamente comenzaron a aparecer más casos: bicicletas derretidas, asientos de autos quemados, alfombras chamuscadas y negocios cercanos quejándose por temperaturas insoportables. ¿La causa? La fachada curva, hecha completamente de vidrio, actuaba como una lupa gigante, concentrando los rayos del sol en un solo punto hasta alcanzar temperaturas superiores a los 90°C.
En cuestión de días, el elegante rascacielos pasó de ser un ícono arquitectónico moderno a un problema gigantesco para sus propietarios y vecinos.
La noticia se hizo viral rápidamente, y la prensa británica aprovechó para darle un nuevo nombre al edificio: “Walkie Scorchie” (algo así como “Walkie Chamuscador”), haciendo mofa de la situación surrealista. Las burlas inundaron las redes sociales, mientras que las imágenes de autos derretidos y turistas friendo huevos en las aceras cercanas llenaron portadas en todo el mundo.
Los arquitectos tuvieron que reconocer públicamente el error. El prestigioso diseñador uruguayo Rafael Viñoly, creador del edificio, admitió que nunca anticiparon que el edificio se comportaría como una lupa gigante. Aunque parezca increíble, no era su primera vez: ya había enfrentado problemas similares años antes con otro edificio curvo en Las Vegas.
Después de este desastre mediático, los propietarios tuvieron que encontrar una solución urgente. ¿Qué hacer con un rascacielos que literalmente derretía todo lo que se le ponía en frente? En 2014, después de meses de pruebas y estudios, instalaron una enorme estructura de protección: cientos de láminas metálicas verticales en la fachada para reducir los reflejos solares.
La solución funcionó, aunque significó un costo adicional de millones de libras. El edificio dejó de derretir cosas, pero la reputación ya estaba hecha: el “Walkie Scorchie” quedó marcado para siempre como uno de los errores arquitectónicos más ridículos (y costosos) del siglo XXI.
La historia del “Walkie Talkie” no solo nos dejó anécdotas divertidas, sino también una lección muy valiosa: la estética arquitectónica debe ir acompañada siempre de un riguroso estudio técnico. Hoy, el edificio sigue en pie, visitado por miles de personas que acuden a disfrutar de las magníficas vistas desde el Sky Garden en su cima. Pero, probablemente, más de uno también llega por la curiosidad de conocer el rascacielos que fue capaz de derretir autos.
El “Walkie Talkie” de Londres es la prueba perfecta de cómo la innovación arquitectónica, sin suficiente previsión, puede generar situaciones tan insólitas como destructivas. Aunque se resolvió el problema, siempre será recordado como el edificio que desafió al sol… y perdió.