Qatar invirtió miles de millones en estadios ultramodernos para el Mundial 2022, prometiendo sostenibilidad y legado. Pero hoy, varios permanecen vacÃos, subutilizados o desmantelados. Esta es la historia de cómo el espectáculo deportivo más grande del mundo dejó tras de sà estructuras que brillaron intensamente… pero por muy poco tiempo.
ImagÃnate construir siete estadios nuevos, completamente futuristas, con aire acondicionado, asientos desmontables y arquitectura deslumbrante… todo para usarlos durante un solo mes. Eso fue, básicamente, lo que hizo Qatar para el Mundial de 2022. El paÃs más pequeño en albergar un mundial quiso demostrar al planeta que con suficiente dinero se puede hacer lo imposible. Y lo logró. Pero ahora, el otro lado de la historia empieza a hacerse evidente.
Desde antes del torneo, muchos se preguntaban: ¿y qué van a hacer con todos esos estadios cuando se acabe el Mundial?Qatar prometió reutilización, desmontaje y sostenibilidad. Pero la realidad, como suele pasar con los megaproyectos deportivos, ha sido distinta. Hoy algunos de esos imponentes recintos están cerrados, otros se usan a medias, y varios quedaron como gigantes dormidos bajo el sol del desierto.
El Mundial de Qatar costó aproximadamente 220 mil millones de dólares, según cifras oficiales. De esa suma, se estima que alrededor de 10 mil millones se destinaron exclusivamente a estadios. Algunos como el Lusail Stadium, con capacidad para 88,000 personas, fueron verdaderas joyas arquitectónicas. Otros, como el Stadium 974, fueron diseñados para desmontarse por completo después del torneo, usando contenedores de barco como estructura.
Durante el evento, todo brilló. El aire acondicionado en cada estadio funcionó, las luces LED pintaron el cielo, y los miles de aficionados disfrutaron del lujo deportivo a más de 40 grados de temperatura exterior. Pero una vez que se apagaron los focos, empezó el silencio.
Varios de los estadios aún no han encontrado un uso real. El Lusail, por ejemplo, sigue sin un calendario regular de actividades, y su transformación en centro comunitario ha sido más promesa que realidad. El Al Bayt Stadium, que parecÃa una carpa beduina gigante, apenas ha albergado un par de partidos desde el mundial. ¿Y el Stadium 974? Fue completamente desmantelado. Hoy, en su lugar, hay un terreno vacÃo.
El problema no es nuevo: Brasil 2014 y Sudáfrica 2010 también dejaron elefantes blancos. Pero en el caso de Qatar, el contraste es más fuerte. Se prometió que cada estadio tendrÃa una segunda vida útil, que las estructuras serÃan donadas o adaptadas para uso local. Sin embargo, en un paÃs con apenas 3 millones de habitantes y sin una liga local poderosa, llenar estadios de ese tamaño cada semana no es realista.
Y aquà es donde la historia se vuelve incómoda. Porque los estadios fueron diseñados no para responder a una necesidad real del paÃs, sino para impresionar al mundo por un mes. Lo lograron, sin duda. Qatar mostró eficiencia, orden y espectáculo. Pero el costo ambiental, humano y urbano de estos colosos vacÃos es difÃcil de ignorar.
Aún hay planes —s× de convertir parte de ellos en centros comerciales, hoteles o instalaciones deportivas más pequeñas. Pero el ritmo es lento y la transparencia, limitada. Mientras tanto, las fotos aéreas muestran lo que parece un paÃs museo: arquitectura brillante, sin público, sin partidos, sin vida.
Los estadios de Qatar no fueron un error de cálculo, fueron parte de una estrategia cuidadosamente diseñada para proyectar poder. Pero como ocurre con muchas megaconstrucciones, lo espectacular fue temporal, y lo inútil… permanente. Hoy, esos templos del fútbol son testigos mudos de un Mundial que brilló intensamente… y se esfumó con igual rapidez.