Construido para los Juegos Olímpicos de 1976, el Estadio Olímpico de Montreal costó 10 veces más de lo presupuestado. Su torre inclinada nunca estuvo lista a tiempo, el techo se caía y su deuda tardó 30 años en pagarse. Una obra ambiciosa que terminó siendo un símbolo del despilfarro.
Montreal tenía un sueño: ser sede de los Juegos Olímpicos y dejar una huella histórica. Para lograrlo, apostó por un estadio que rompiera esquemas, diseñado por el arquitecto francés Roger Taillibert. ¿El resultado? Un coloso futurista, con una torre inclinada como aguijón, un techo retráctil nunca antes visto y una silueta que parecía salida de una película de ciencia ficción.
Pero como suele pasar con los sueños arquitectónicos más ambiciosos, lo que se construyó no fue exactamente lo que se prometió… ni en presupuesto, ni en funcionalidad, ni en tiempo. Lo que debía ser un símbolo de modernidad terminó siendo uno de los mayores errores financieros de la historia olímpica.
El proyecto arrancó con un presupuesto inicial de 134 millones de dólares canadienses. Pero entre huelgas, retrasos, rediseños constantes y decisiones políticas, el costo final fue de 1,600 millones. ¡Casi 12 veces más! La torre, supuesta a ser el soporte del techo móvil, no estuvo lista a tiempo para los Juegos y el estadio tuvo que inaugurarse incompleto, con obreros aún trabajando en las gradas.
Lo peor es que esa deuda no se terminó de pagar hasta 2006, es decir, 30 años después del evento. La ciudad quedó financieramente asfixiada durante décadas. Por eso, los locales lo apodaron con sarcasmo: “The Big O”, por “Olímpico”… y también por el “Big Owe” (la gran deuda).Después de los Juegos, el estadio pasó por múltiples intentos de reparación. El techo, que debía abrirse como una flor, nunca funcionó correctamente. En 1986 colapsó parcialmente durante una tormenta, y en 1999, un panel de 350 kilos se desplomó sobre las gradas. ¿Resultado? El estadio fue cerrado cada invierno por miedo a que la nieve causara más colapsos.
Todo esto obligó a cambios estructurales y nuevos gastos que solo reforzaron su reputación como “elefante blanco”: caro, inseguro y casi imposible de mantener.
Con los años, el estadio se ha usado para partidos de fútbol, béisbol y algunos conciertos, pero nunca con regularidad. El equipo de béisbol Montreal Expos lo abandonó en 2004 y los esfuerzos por atraer a la NFL o a grandes ligas deportivas han sido inútiles.
Irónicamente, lo que más funciona hoy del complejo es su torre: terminada mucho después del evento, ahora alberga oficinas y un mirador turístico. ¿Y el estadio? Se mantiene en pie, como una cicatriz urbana, que genera nostalgia… y frustración.
El Estadio Olímpico de Montreal es una lección clara sobre el costo de la ambición mal planificada. Lo que debía ser un símbolo de orgullo nacional terminó representando endeudamiento, improvisación y un legado arquitectónico difícil de sostener. Porque sí, lo importante no es solo construir… es saber para qué.