La (no tan) luminosa historia de la Estela de Luz

La Estela de Luz, concebida como el gran monumento del Bicentenario en la Ciudad de México, terminó siendo más famosa por sus tropiezos que por su brillo.

La Estela de Luz se levanta sobre Paseo de la Reforma en la Ciudad de México, proyectando sus 104 metros de altura junto al Bosque de Chapultepec. Este monumento, que pretendía brillar como símbolo del Bicentenario de la Independencia en 2010, terminó por ganarse el apodo de “Suavicrema” (por parecerse a una galleta para helado) y convertirse en un icono de cómo no hacer las cosas. ¿Qué salió mal? Aquí te cuento, en confianza de cuates, la historia detrás de la luz —y la sombra— de esta polémica estructura.

Un monumento para el Bicentenario (¿arco o estela?)

A finales de la década de 2000, el gobierno mexicano andaba con todo preparando los festejos por los 200 años de la Independencia y los 100 años de la Revolución. El entonces presidente Felipe Calderón anunció el 26 de enero de 2009 un concurso para crear un monumento conmemorativo espectacular. Originalmente se habló del “Arco del Bicentenario”, imaginando quizá un arco triunfal estilo moderno que adornaría Reforma. De hecho, las bases del concurso especificaban que fuera un arco monumental, no una torre.


Para sorpresa de muchos, en abril de 2009 se declaró ganadora la propuesta de una estela de cuarzo y acero del arquitecto César Pérez Becerril. El gobierno abrazó la idea y la rebautizó como “Estela de Luz”, nombre que el propio arquitecto había dado al elemento vertical de su diseño. En teoría, la estela simbolizaría la luz de la independencia iluminando al país y estaría acompañada de una plaza pública con fuentes, jardines y hasta un espacio de exhibición histórica bajo tierra. En pocas palabras, pintaba para ser algo más que una simple torre: sería un nuevo centro cívico y cultural para la capital, un “segundo Zócalo” moderno en pleno Reforma.

La estrella de las fiestas patrias 2010… que nunca llegó a tiempo

La Estela de Luz estaba pensada para inaugurarse con bombo y platillo el 16 de septiembre de 2010, justo en el clímax de las fiestas del Bicentenario. En aquellos días, todos esperaban un espectáculo de luces impresionante, y las autoridades prometían que este sería el monumento estelar del sexenio. Imagínate: una torre brillante de cuarzo iluminando la noche del Grito de Independencia, fuegos artificiales, música, toda una celebración patria.
Pero esa noche de 2010 llegó… y la Estela brilló por su ausencia. Literalmente, la obra no estuvo lista. Pasaron los desfiles, pasó el Bicentenario, y nada de nada. La construcción se había atrasado terriblemente. Entre retrasos técnicos y enredos burocráticos, el monumento terminó inaugurándose el 7 de enero de 2012, es decir, 450 días después de lo previsto. Para cuando por fin cortaron el listón (ya con más pena que gloria), muchos mexicanos bromeaban con que estábamos celebrando “el Bicentenario… pero del 2011”. Más de uno comentó con sorna: “¿Pues no que era monumento del Bicentenario? ¡Si casi lo abren para el Tricentenario!”.

Sin embargo, al final la Estela nos salió en más de 1,000 millones de pesos – ¡triplicó el presupuesto original! – según cuentas oficiales. Algunos cálculos incluso la sitúan alrededor de 1,304 millones de pesos. ¿Cómo es que paso esto?

Cambios sobre la marcha: Durante la obra descubrieron (o decidieron) que había que reforzar la estructura. Por ejemplo, la cimentación que originalmente sería de 30 metros de profundidad tuvo que irse hasta 50 metros, y el peso de la estructura aumentó de 800 a 1,700 toneladas. Esto, según el gobierno, “justificó” en parte el aumento de costo. Ya sabes los tipicos imprevistos.

Recortes al proyecto original: A pesar de gastar mucho más dinero, irónicamente terminaron construyendo menos. Muchas partes bonitas que prometía el diseño – la plaza grande con fuentes, jardines, la sala de exhibiciones histórica – se eliminaron por el camino.

Para que te des una idea: el proyecto original contemplaba ~34,000 m² de espacios; se licitaron solo ~11,500 m², y al final se construyeron apenas 8,138 m², más o menos lo que mide la cancha del Estadio Azteca.

Materiales caros y compras dudosas: La torre está revestida con 1,704 paneles de cuarzo traídos desde Brasil y cortados en Italia, montados en un esqueleto de acero. Bonito, ¿no? El problema fue que la Auditoría Superior de la Federación detectó compras de acero con sobreprecio (pagaron toneladas “fantasma” que nunca llegaron) y pagos indebidos por cientos de millones. Años después, tribunales confirmaron un daño al erario de 230 millones de pesos solo en esas irregularidades. Varios funcionarios y contratistas fueron sancionados e incluso inhabilitados por el caso. En resumen: un desastre.

Obviamente, todo esto desató acusaciones de corrupción. Se dijo que la Estela de Luz se convirtió en un “monumento a la transa”, un proyecto manejado con opacidad para desviar dinero a bolsillos privados. De hecho, antes de que se pusiera un solo ladrillo ya había más de 1,500 millones de pesos destinados en un fideicomiso medio turbio, según investigaciones posteriores. No faltó quien rebautizara el proyecto como la Estafa de Luz, en tono burlón.

¿Y qué decía el gobierno? Calderón y su equipo siempre negaron haber robado un peso, argumentando que todo fueron errores de cálculo y ejecución, pero “no corrupción” Aseguraban que gracias a sus “decisiones responsables” se pudo terminar la obra correctamente y que esos ajustes (como lo de la cimentación) encarecen el proyecto pero era por seguridad. Cada quien saca sus conclusiones, ¿verdad?

Inauguración apagada: críticas y apodos para dar y regalar

Finalmente, la inauguración llegó en enero de 2012. Hubo fuegos artificiales, un espectáculo de luces y discursos tratando de echarle flores a la obra. Pero la opinión pública ya estaba bastante molesta y bromista al respecto.

De entrada, muchos chilangos empezaron a llamarle “La Suavicrema. El apodo pegó tanto que hasta la fecha dices “Suavicrema” y todos entienden de qué monumento hablas. Otros apodos menos amables circularon: “Monumento a la corrupción”“Elefante de Luz” y así por el estilo. Hubo incluso quienes, en tono más oscuro, sugirieron dedicarlo “a las víctimas de la guerra contra el narco” de Calderón, ya que ese sexenio estuvo marcado por la violencia

El apodo pegó tanto que hasta la fecha dices “Suavicrema” y todos entienden de qué monumento hablas. Otros apodos menos amables circularon: “Monumento a la corrupción”“Elefante de Luz” y así por el estilo. Hubo incluso quienes, en tono más oscuro, sugirieron dedicarlo “a las víctimas de la guerra contra el narco” de Calderón, ya que ese sexenio estuvo marcado por la violencia.

a historia de la Estela de Luz nos deja una lección: no basta con tener buenas intenciones ni un diseño bonito en papel. Si la ejecución es desastrosa, puedes terminar con un “monumento” que conmemora justo lo contrario de lo que querías celebrar. En este caso, en vez de celebrar 200 años de orgullo patrio, la Estela terminó recordándonos los tropiezos de la administración que la construyó. Hoy por hoy, más que luz, lo que irradia es una invitación a la memoria“No hagamos otro fiasco así”.